jueves, 5 de noviembre de 2009

Otro homenaje: Breve historia de los gigantes

Desde tiempo inmemorial, abren el cortejo los gigantes. Los que construyera Tadeo Amorena, hace 128 años. Pero el Ayuntamiento siempre ha tenido o ha buscado una comparsa de estos entrañables "monigotes" y de su escolta de cabezudos, kilikis y zaldikos.
Nadie sabe el origen de esta costumbre, ni cuál fue el motivo de su existencia. Podría pensarse en un origen religioso, puesto que su más remoto pasado se encuentra en las procesiones. Siendo así y buscando en la Edad Media, tiempo en el que la afición a las representaciones teatrales en el interior de las iglesias era grande, no será descabellado el pensar que pudieran ser recuerdo de aquellos personajes, imaginarios o históricos, de los que la iglesia se servía para poner de manifiesto las enseñanzas religiosas, en el devenir teatralizado de los sermones y actos litúrgicos. Si el teatro salió del altar al claustro primero y del claustro a la calle, después, no cuesta imaginar a los muñecazos de la representación sacramental iniciando el cortejo procesional. No hemos de olvidar que el cabildo de la Catedral siempre dispuso de una comparsa de gigantes, que en algunas ocasiones se cedieron al Ayuntamiento para sus fiestas propias. Esta teoría del devenir teatral sólo puede tener consistencia desde la buena voluntad de los crédulos, porque no tiene por el momento demostración documental. Lo que sí es cierto es que, en plena Edad Media, los gigantes precedían al cortejo de las procesiones, fuera cual fuera el origen de aquellos enigmáticos pero entrañables personajes.
Se habla de que en pleno siglo XIII, en la procesión de San Fermín, salían los gigantes, aunque quizás fueran realidad mayor en la imaginación de Campión que en la procesión que describe recorriendo la Navarrería.
Datos más documentados indican que en el año 1600 se pagaron cantidades a siete pamploneses, que bailaron los gigantes en la procesión del Corpus.
Cuarenta reales cobraron en agosto del mismo año "por el trabajo que tuvieron en andar con los gigantes el día del Bienaventurado San Roque y regocijar su fiesta por toda la ciudad". Figuran partidas de gasto en los libros municipales por arreglos efectuados en los mismos, maquillajes y vestimenta incluidos.
Pudieron suspenderse corridas de toros en señal de luto por la muerte de Felipe IV en 1666; sin embargo, no se prescindió de la salida festiva de "gigantes y gigantillas".
Pero llegó Carlos III, esta vez de España, y en 1780 mandó que "en ninguna iglesia de esos reynos, sea catedral, parroquia o regular, haya en adelante danzas y gigantones y cese del todo a la práctica en procesiones y demás funciones religiosas, como poco conforme a la gravedad y decoro que en ellas se requiere". Parece ser que a partir de entonces, los gigantes de la ciudad se deshicieron, desapareciendo por completo. Por su parte, los de la catedral se apolillaban y carcomían arrinconados.
Casi cincuenta años después, en 1813, alguien los encontró en los almacenes catedralicios y montándose uno, salió a la calle. La idea tuvo éxito y el municipio decidió volver a utilizarlos, a partir de entonces, en todos los festejos oficiales. Se pidieron al Cabildo en muchas ocasiones y en otras tantas el Cabildo complació las solicitudes.
Los que hoy existen, propiedad del Ayuntamiento, los construyó, como se sabe, Tadeo Amorena, en 1860. Dos por cada parte del mundo del que Don Tadeo tenía noticia.
Usos y costumbres del Ayuntamiento de Pamplona
Valentín Redín
Mayo de 1987


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